lunes, 12 de septiembre de 2011

CRÓNICAS DOMINICANAS XIII

Todas ellas son sobre todo lo demás mujeres. No hay ningún hecho ni argumento que pueda negarlo. Su apariencia física, su forma de moverse, incluso de hablar, las delata, son mujeres.
Ellas vienen al mundo con un órgano reproductor determinado y el resto lo hace la sociedad, el sistema en que viven.
Además, todas ellas son dominicanas. Aún así viven realidades dispares pero con un denominador común:
Deyanira es una mujer de 25 años. Con 16 conoció al padre de su primera hija Abigail que ella parió con sus 17. Dedicó su adolescencia a criarla y abandonó los estudios. Después vinieron Denisse, Yuneiro y Yandel.  Ahora tiene 4 hijas/os y un sueño.
Ha decidido volver a estudiar. Siempre soñó con ser enfermera y se ha propuesto licenciarse para poder ejercer luego y aportar con su salario a la economía familiar. Además ¡, para poder pagar los estudios trabaja haciendo los oficios en una casa de familia mejor posicionada en la capital.
Deyanira vive en Semana Santa. Una pequeña población ubicada a los pies de la presa de Valdesia, de donde proviene la mayor parte del agua que se consume en el Gran Santo Domingo.
Semana Santa se encuentra a unos 9 kilómetros de Yaguate, cabecera municipal y paso obligado para llegar a la comunidad desde la pista, que es una larga carretera que parte de Santo Domingo hacia lo que llaman el Sur del país.
Ella se despierta hacia las 4 de la mañana para hacer el desayuno de su prole, y parte hacia la capital cogiendo un concho (un taxi colectivo con ruta fija)  que la acerca a la cabecera municipal y que le cuesta 30 pesos. Desde allí debe esperar a la primera guagua que se dirija hacia la capital y montarse en ella para que la desplace hasta la universidad. Cuando está amaneciendo en la isla, ella ya lleva 3 horas realizando tareas y está acercándose a la universidad para recibir su primera clase del día tras un trayecto de 2 horas en guagua. Cuando se están acercando al campus, el cobrador la despierta para cobrarle los 80 pesos de pasaje.
Cuando recibe sus tres clases matinales, Deyanira tiene que abandonar la universidad y desplazarse hasta otro barrio de la gran ciudad. EL costo del pasaje es de 30 pesos. Pero además debe realizar algunas compras que se le encargaron el día anterior y se ve obligada a pagar un motoconcho que le cobra 25 pesos más para llegar a la casa donde trabaja para poder estudiar.
Tras 4 horas de trabajo doméstico, Deyanira vuelve a la universidad. Tiene una clase de tarde que no puede perder y una práctica de laboratorio que ya suspendió en una ocasión.
Recibe sus clases y se desplaza hacia la última guagua directa hasta Yaguate, pero la pierde. Ahora tendrá que viajar hasta San Cristóbal y pagar un concho hasta Yaguate, con lo cual va a pagar 125 pesos, unos 45 más que si hubiese llegado a la ultima expresa.
Cuando llega a casa en el ultimo motoconcho del dia, Deyanira estça derrotada, pero todavía tiene que dar de comer a sus hijas/os que quedaron en la casa con sus abuelos/as.
Esta historia se repite cada día y de los 6000 pesos que ingresa mensualmente, solamente 800 pueden gastarse en las necesidad de ella y sus hijas. Además, con ese dinero no puede hacer frente al pago de un seguro médico ya que en RD la Seguridad social es un privilegio de algunas/os. Hace un mes, Yandel se puso enfermo y una insuficiencia cardíaca acabó con su vida. Posiblemente se podría haber hecho algo si se hubiera contado con un seguro.

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